«Volviste a nacer»: el reencuentro entre una madre venezolana y su hijo liberado de la megacárcel en El Salvador

El abrazo entre Maikel Olivera y su madre, Olivia Rojas, este martes en Barquisimeto, fue más que un reencuentro familiar: fue una imagen cargada de alivio, rabia y dolor. Su liberación de la megacárcel salvadoreña Cecot, tras cuatro meses de encierro sin juicio, marca el desenlace de un capítulo oscuro que afectó a más de 250 venezolanos deportados desde Estados Unidos y encarcelados en El Salvador.
Olivera, de 37 años, fue arrestado sin pruebas tras cruzar la frontera estadounidense. Fue acusado de pertenecer a la banda criminal Tren de Aragua y luego trasladado al Centro de Confinamiento del Terrorismo (Cecot), una prisión de máxima seguridad inaugurada por el presidente Nayib Bukele. Allí, según denunció, vivió “el verdadero infierno”: golpes continuos, falta de atención médica, sin visitas ni asistencia legal.
“Nos decían: ‘ustedes se van a pudrir aquí, van a durar 300 años presos’”, relató.
Un canje que cruzó fronteras
La excarcelación de Olivera y otros 251 venezolanos fue parte de un canje diplomático con Estados Unidos, que permitió el regreso a su país de 10 ciudadanos y residentes estadounidenses detenidos en Venezuela.
Tras su liberación, los repatriados debieron esperar varios días para reencontrarse con sus familias, mientras se realizaban entrevistas con la fiscalía venezolana, chequeos médicos y declaraciones formales. Entre ellas, se presentaron imágenes con moretones, marcas de balas de goma, cicatrices y señales de abuso físico y psicológico. Uno de los testimonios más impactantes fue el de Andry Hernández Romero, estilista de 33 años, quien denunció haber sido abusado sexualmente durante su detención.
Mientras el Ministerio Público venezolano abre una investigación contra Bukele por presuntos crímenes de lesa humanidad, Venezuela también enfrenta acusaciones similares ante la Corte Penal Internacional, relacionadas con el trato a opositores políticos y la negación de acceso a abogados privados.
Esperas, pancartas y promesas de no volver a irse
A cientos de kilómetros de Barquisimeto, en el barrio Los Pescadores de Maracaibo, Mercedes Yamarte esperaba ansiosa a su hijo Mervin, también repatriado, con una pancarta que decía: “Bienvenido a tu patria, te hiciste extrañar”. Aunque el reencuentro se retrasó, los vecinos no se movieron: lo esperaron bajo árboles, en medio del calor, mientras transmitían por TikTok y sumaban más de 1.500 espectadores en vivo.
“Siete días atrás creía que me iba a morir de la tristeza”, confesó esta madre, de 46 años, quien encabezó un movimiento de protesta por los migrantes encarcelados en El Salvador. Su activismo incluyó reuniones con autoridades, protestas en Caracas y campañas en medios de comunicación.
La esposa de Mervin, Jeannelys Parra, de 28 años, lo recibió con un deseo sencillo: “Ya que no se vaya más del país”. Desde su partida, ella quedó sola con su hija de seis años.
La historia de esta familia retrata el drama migratorio de muchos venezolanos. Junto a su hermano Jonferson, Mervin llegó a Estados Unidos en 2023, tras atravesar a pie la selva del Darién. Sus otros hermanos también intentaron la ruta, pero no todos lograron pasar. Uno de ellos, Juan, permanece escondido en Estados Unidos, cambiando de sitio para evitar ser detenido.
“No tienen ningún tipo de delincuencia, nada. Gente humilde que salió por un mejor futuro y terminó en esta pesadilla”, aseguró Jonferson, de 22 años.
Historias como la de Maikel, Mervin y sus familias revelan una realidad cada vez más frecuente: la vulnerabilidad de los migrantes venezolanos, atrapados entre la represión, los abusos carcelarios y el juego geopolítico de los gobiernos.
Deja un comentario