El Presidente Más Pobre del Mundo: El Legado Global de José Mujica

José Mujica, el exguerrillero que llegó a presidente y dejó una huella global
José Mujica no fue un presidente convencional. Con sandalias gastadas, hablar pausado y un austero rancho en las afueras de Montevideo como residencia, este exguerrillero tupamaro transformó la política uruguaya —y cautivó al mundo— desde una trinchera inesperada: la de la honestidad brutal, la coherencia ideológica y el desapego al poder.
Nacido en 1935, Mujica vivió en carne propia la persecución política, la tortura y catorce años de prisión durante la dictadura uruguaya. Pero su historia no se detuvo en la derrota ni en el rencor. Tras recuperar la libertad, volvió a la arena política con un mensaje tan radical como desarmante: la paz, la justicia social y la dignidad humana eran armas más poderosas que cualquier fusil.
Fue ministro de Ganadería y luego, en 2010, presidente de la República. Desde el cargo más alto, renunció al boato del poder: donaba el 90% de su salario, conducía un Volkswagen escarabajo y atendía a la prensa desde su casa, entre perros, libros y plantas. Su mandato estuvo marcado por políticas progresistas que hicieron historia: la legalización del matrimonio igualitario, el aborto y la marihuana, leyes que desafiaron a conservadores pero posicionaron a Uruguay como un faro de derechos en América Latina.
Mujica nunca pretendió ser un ídolo, pero terminó convertido en un símbolo. Líderes mundiales lo citaron, universidades le rindieron homenaje y miles encontraron en él una rara coherencia entre discurso y acción. No buscó el poder para quedarse con él, sino para devolverle sentido. «El poder no cambia a las personas, solo revela quiénes son», dijo alguna vez. En su caso, reveló a un hombre que, tras luchar con armas, eligió las palabras para cambiar el mundo.
Hoy, retirado de la vida política activa pero aún con voz crítica, Mujica sigue siendo un referente global de ética política. En tiempos de cinismo institucional, su figura recuerda que otra forma de liderazgo es posible: una que no se mide en encuestas, sino en impacto moral.
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